DESDE NUESTRO CAUTIVERIO


Mucho se ha escrito sobre los efectos de la privación de libertad prolongada en las personas. Y también hemos oído, en demasiadas ocasiones en los últimos años, como determinados privados de libertad gozan de unas condiciones de vida en la cárcel que hacen de estas casi hoteles de cinco estrellas.

Lo primero estoy seguro que es cierto, pues es una afirmación basada en la evidencia y que ha sido constatada empíricamente. Lo segundo, sinceramente, me parece más fruto de un desconocimiento total y absurdo de lo que es una cárcel y de lo que es la privación de libertad.

Esto último ha sido un debate recurrente casi todos los cursos con mis alumnos. Hemos tenido ocasión de hablar de Vera, de Mario Conde, de Urdangarín (ese vasco asentado en Cataluña que casi se carga la monarquía) y de los políticos en prisión por graves delitos por la sinrazón de una parte del nacionalismo catalán (el nacionalismo, per se, no es ni bueno ni malo, es solo una opción política o social).

Todos ellos, y muchos otros que podían sumarse a la lista, ilustres privados de libertad por cometer delitos, a los que se asociaba y se asocia un régimen penitenciario benévolo, en ocasiones cercano a la prevaricación (desde la lejanía no se acaban de entender algunas de las situaciones que, supuestamente, se han vivido en las prisiones bajo la gestión de la Comunidad Autónoma de Cataluña) y que el común de los ciudadanos eleva a la categoría de verdad incuestionable e irrefutable, desde su lógico desconocimiento del sistema penitenciario y de la realidad carcelaria, algo de lo que no debemos extrañarnos si algunos jueces y tribuales tampoco parecen conocer ni lo que pasa en las prisiones ni las normas (publicadas en el BOE) por las que se rigen, y como reciente botón de muestra el auto de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca  que revocó parcialmente la aplicación del artículo 100.2 a Iñaki Urdangarín, donde se aprecian ciertas confusiones en algunos de los procedimientos de la administración penitenciaria, sin entrar en el fondo de su decisión que respeto.

Y sin entrar en el juego de negar la mayor, pues hace tiempo que descubrí que luchar contra el clamor popular solo vale para que te encasillen ideológicamente, siempre retaba a los más viscerales a encerrarse dos semanas en sus casas, con todas las comodidades que el siglo XXI nos brinda y que después de esa experiencia reflexionaran sobre el encierro. Lógicamente nadie aceptó el reto por cuestiones que no importan al caso.

Pero la historia es cruel y nos ha proporcionado a todos la oportunidad de estar encerrados, que no privados de libertad, sin un sistema regimental que nos imponga deberes o una realidad social que nos obligue a convivir con personas con las que nunca hubiéramos pensado relacionarnos, sin una autoridad que nos recuerde las normas y nos sancione por incumplirlas y sin un horario que nos diga cuándo levantarnos cuándo acostarnos o cuándo podemos ver la televisión.

Cerca de un mes llevamos así y, "memes" aparte, hemos podido comprobar la dureza de esta situación que pone de actualidad lo que Cervantes puso en boca de D. Quijote, “la libertad es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos” (¿o fue D. Quijote quién se lo dictó?).

Ahora el covid-19 nos ha privado a todos de ella, pues es un virus que no distingue entre ricos y pobres y a todos encerró y a gentes de los dos bandos se llevó.

También aquí ha habido privilegiados y algunos han podido disfrutar de algo más parecido a un retiro cuasi espiritual, mientras otros han sufrido la “masificación" del sistema con poco espacio para tantos de familia. Incluso algunos han disfrutado de permisos de fin de semana “concedidos” saltándose la ley a la torera, sin que les haya llegado el recordatorio del Tribunal Supremo, que algunos tildaron de amenazas, y se han ido a sus residencias de verano, hecho que debería juzgarse como un quebrantamiento de condena y ser sancionados a confinamiento a perpetuidad no revisable, por insolidarios, temerarios e hijos….

Solo la pena de muerte a la que el covid-19 ha condenado a muchos, demasiados, ha igualado realmente a ricos y pobres. Pero esta no es una revolución social que acabe con las castas de la que vayamos a salir todos iguales. Cuando acabe (y acabará) ocurrirá como ya nos anunció el gran Serrat y con la resaca (el duelo) a cuestas volverá el pobre a su pobreza y el rico a sus riquezas, el primero más pobre y el otro más rico, y el señor cura a sus misas, todas las que en estos días no ha podido hacer para despedir a tantos fallecidos.

PD: Todo mi respeto y mi cariño a todas las familias que en estos días han perdido a seres queridos.



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